Los suecos, tan particulares ellos, no comen cualquier cosita, no. Por suerte (o no) ellos no tienen turrones ni polvorones, ni dulces de este estilo. Ellos comen patatas, arenque y lacón para Navidad. Económico es, no tener que luchar por conseguir el último langostino fresco a precio de oro. Se ahorran un montón tanto en el bolsillo como en viajes a por bicarbonato (que no existe).
Sin embargo, Håkan ha encontrado el sitio perfecto en el que la tradicional y sencilla Julbord se convierte en un auténtico lujo. Así, todos puestos de domingo y acicalados al máximo nos fuimos al centro de Estocolmo donde un barco nos recogió para llevarnos a una isla, Fjäderholmen. Allí desembarcamos toda la trupe (éramos 12 amigos) y nos esperaba una Julbord increíble hecha de delicatessens.
Lo mejor, el bufet de postres.
Axel tuvo, está claro, barra libre de biberones.